“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.
“El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan Cap. 12: versículos 24,25)
Estas expresiones las vertió el Señor Jesucristo ante la proximidad de su muerte en la cruz del monte Calvario. Les dijo a Andrés y Felipe, cuando éstos cumplían con el encargo de unos prosélitos griegos-convertidos al judaísmo- que querían ver a Jesús. La manera reiterada como el Señor les comunica “de cierto, de cierto…” muestra que lo que se iba a decir era una enseñanza muy relevante.
Parafraseando el texto podemos decir respecto del trigo lo siguiente:
a. Si el trigo cae a tierra y muere el resultado es que lleva mucho fruto
b. Si el trigo no cae a tierra ni muere el resultado es que queda solo (no se reproduce).
Por simple observación sabemos que si tenemos granos de trigo, digamos en un frasco de vidrio y lo tenemos en nuestra alacena no sucede nada. Y si por el contrario, tomamos esos granos de trigo y lo ponemos en contacto con la tierra. Los sembramos y a los pocos días germinará la semilla, la vida se abrirá paso; luego después al crecer nos dará una espiga, llevará ya no un grano sino muchos granos.
Dentro del contexto de la lectura de estos versos, el grano de trigo es el cuerpo de nuestro Salvador Jesucristo, que estaba muy cercano a ser puesto bajo tierra. Esto es ser muerto por nuestros pecados en la cruz, sepultado y luego ser resucitado. Era necesario que sucediese aquello para nuestra salvación. Porque de lo contrario habría vuelto, Jesús, al cielo sin pena ni gloria; no se hubiera dado ninguna salvación. Pero el Señor vino a este mundo con un propósito específico, para morir por los pecadores: “Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8).
Satanás luchó a brazo partido, durante la existencia física de nuestro Salvador, para frustrar los propósitos de Dios e impedir nuestra salvación. Apenas nacido Jesús buscó matarlo “…he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo.” (Mat. 2:13c). Mientras nuestro Señor Jesús ejercía su ministerio terrenal, Satanás, usó a los dirigentes judíos para pretender quitarle la vida antes de tiempo: “Después de estas cosas, andaba Jesús en Galilea; pues no quería andar en Judea, porque los judíos procuraban matarle” (Jn. 7:1). El mismo Señor les increpa a los líderes judíos “¿no os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué procuráis matarme? (Jn. 7:19).
En muchas ocasiones los judíos intentaron matarle por apedreamiento: “Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue.” (Jn. 8:59). Más adelante “Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle..Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios.” ( Jn. 10:31,33). No conforme con todo ello, Satanás va usar una persona del círculo más íntimo del Señor Jesús, como es Pedro. El Salvador instruía a sus discípulos:” que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día.” (Mat. 16:21). La reacción voluntariosa y carnal de Pedro fue decirle al Señor:”… Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.” (Mateo 16: 21,22). Por supuesto mereció el rechazo inmediato del Señor Jesús, porque discernió que era Satanás quien había puesto en boca de Pedro esta idea de auto conmiseración y no hacer la voluntad de su Padre.
Pero llegado el tiempo de Dios y no en el tiempo de los hombres Cristo cumplió los propósitos de Dios Padre, pues dijo: “... Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado.”(Jn. 12:23). En efecto ahora si cayó el trigo en el seno de la tierra (muerto y sepultado) el resultado después de su resurrección y ascensión al cielo (glorificación) es que trajo mucho fruto: Almas redimidas por su preciosa sangre derramada en la cruz. Esos muchos frutos no son sino ese contingente de discípulos que primero fueron doce, luego ciento veinte en Aposento Alto (Hech. 1:15); se añadieron tres mil más (Hech. 2:41) para incrementarse a cinco mil (Hech. 4:4) y así sucesivamente hasta que culmine el tiempo de la gracia. “…pero si muere, lleva mucho fruto.”
Este mismo principio debe ser replicado en la vida de todo discípulo de Cristo para que pueda llevar fruto. No podemos producir fruto para Dios si es que no morimos al mundo y a nuestra carne. Tenemos que estar conectados con el Señor Jesucristo.”Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (Jn. 15:5).El Apóstol nos instruye: “…haced morir, pues, lo terrenal en vosotros…” (Col. 3:5a) y en otro texto señala “…los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él.
Relacionado con el versículo ya analizado leemos “el que ama su vida, la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Jn.12:25) empero ¿qué significa este verso? De la misma manera que el versículo anterior podemos parafrasear así:
a. El que ama su vida en este mundo la perderá
b. El que aborrece su vida en este mundo la guardará para vida eterna.
En el punto (a) lo que se nos dice, en buen romance, es que si amo la vida mundana sin tener en cuenta a Dios; lo que yo puedo esperar es mi perdición y llegar a ser inquilino del infierno en la eternidad. Por el contrario en el punto (b) si aborrezco vivir la vida mundana de espaldas a Dios; pero elijo la vida de obediencia a Dios lo que obtengo es la vida eterna, el hogar celestial será mi destino.
El apóstol Pablo lo expresó esta verdad con meridiana claridad cuando escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…” (Gal.2:20). No somos llamados a exhibir el yo, sino a Cristo en nuestras vidas. Aborrecer su vida en este mundo significa hacer morir el yo y dejar que Cristo sea reflejado en nuestras vidas. Eso es ser creyente, eso es ser discípulo de Cristo. No juguemos pues a la religión: soy de tal iglesia o de cual iglesia, de la mejor doctrina o peor doctrina. Lo que importan es la calidad de fruto que somos a los ojos de Dios. Los poemas místicos de Santa Teresa de Ávila no están lejos de esta genuina aspiración por agradar al Señor al versificar: “Vivo sin vivir en mi/ y tan alta vida espero/que muero porque no muero. /Vivo ya fuera de mí, /después que muero de amor, / porque vivo en el Señor, /que me quiso para sí;/cuando el corazón le di/ puso en mí este letrero:/’que muero porque no muero’”.
FIN
Práxedes Reynaga E. febrero 2011-02-12